
Estudio sobre la producción alimentaria en el estado de Nueva York
La navidad se acerca, y parece lógico pensar un poco sobre tres elementos que son los que más mueven a las sociedades urbanas (occidentales) en estas fechas: comida, comercio y viajes; los dos primeros por razones obvias, y el tercero porque o bien las familias se reúnen, o bien la gente sale huyendo de dichas reuniones familiares para buscar unos días en un lugar que piensan que será mejor. El hecho de que sean fiestas religiosas en origen no evita que hoy en día este sea un factor bastante poco importante en gran parte del mundo occidental, por lo que no entraré en el más que tangencialmente.
Este primer artículo de la temporada trata de la comida, y más específicamente de una de las tendencias emergentes en materia de urbanismo sostenible: la relación entre la agricultura y las ciudades.
Pueden plantearse dos vías de aproximación. La primera está relacionada con la posibilidad de utilizar los espacios urbanos para la producción alimentaria. Los grabados históricos muestran que en tiempos los patios de manzana en muchas ciudades eran huertos, y la toponimia de algunas zonas ilustra sobre su pasado agrícola. La búsqueda de una alimentación más local (producida en un radio x de km del punto de consumo para reducir los impactos derivados del transporte) y una mayor concienciación ambiental parecen ser los objetivos principales de un movimiento que lleva a convertir solares y naves en zonas de cultivo.
Pese a que la densidad de las ciudades actuales es muy variable, parece pertinente recordar que la autosuficiencia no puede plantearse en los mismos términos que en cuestiones como la energía, donde los márgenes de eficiencia parecen bastante mayores; si a las ciudades se las ha rendido históricamente por hambre en caso de asedio, es porque es muy difícil que la superficie de cultivo disponible sea suficiente. Pero ello no quita para que haya campo para producciones determinadas, siempre que el impacto que produce el cultivo urbano no sea mayor que el que se ahorra por el transporte (por ejemplo, podría no tener sentido reducir impactos en transporte a base de secar pozos distantes para traer el agua a la ciudad). El propio coste inmobiliario hace que la agricultura pueda tener problemas para competir con otros usos, salvo que el planeamiento introduzca restricciones.
La segunda vía de aproximación es la consideración, siempre desde la óptica de la preferencia por una alimentación producida en proximidad, de las dinámicas de ocupación de suelos valiosos para la agricultura por otros usos, dentro de ese mismo radio de proximidad. En un área metropolitana dinámica en general existe una competencia por el suelo en la que los usos más rentables tienden a sustituir a los que lo son en menor medida, y la agricultura suele perder la batalla. En esta vía se inscriben varios proyectos en ciudades americanas, y el Institut d’Amenagement et d’Urbanisme del área metropolitana de París ha convocado para los próximos 6 y 7 de diciembre el coloquio internacional “Hungry City” sobre la materia, ciertamente más amplia, de la gobernanza alimentaria.
El concepto de cuenca alimentaria (foodshed en inglés, término acuñado por Walter Page Hedden en 1929 en «How great cities are fed«) el es en cierto modo asimilable al de una cuenca hidrográfica; implica reconocer el territorio necesario para abastecer a una metrópoli. Las aproximaciones que se hacen suelen estimar en que radio en torno a la ciudad se podría cultivar la producción necesaria para la misma.
El concepto de soberanía alimentaria es diferente, y no asociado de forma directa a las áreas metropolitanas sino asociada a conceptos más políticos. Ambos conceptos pueden ser mencionados en la literatura específica.
Algunas referencias que serán desarrolladas en artículos sucesivos:
The New York Regional Foodshed Project
San Francisco Foodshed Assessment
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