Cádiz es un ejemplo de un paisaje muy transformado, pero no solo por la acción del hombre, sino también por las dinámicas naturales. El origen de la ciudad se atribuye a un asentamiento fenicio en lo que entonces era una isla cercana a la desembocadura del Guadalquivir, con las ventajas defensivas de esa configuración, seguramente similar a lo que hoy es en Siria la isla de Erwad. Aunque hay una distancia desde la isla hasta la desembocadura del Guadalquivir, como ejemplo de la transformación del paisaje esta el hecho de que lo que hoy son las marismas del Guadalquivir en época romana era un golfo y según parece desde Sevilla se veía el mar.
En la actual bahía de Cádiz se ha producido un fenómeno similar por la acción del sistema fluvial del Guadalete. La bahía ha ido siendo ocupada por marismas, y Cádiz está en la actualidad conectada a tierra firme por un tómbolo de arena (aunque con un pequeño canal de separación), con una imagen desde el espacio similar a la península de Coronado en San Diego (California) o la de Sete (Francia). Las imágenes históricas muestran no sólo el crecimiento urbano sino también la progresiva ocupación de las nuevas tierras.
La ciudad vieja, antigua isla con sus murallas hacia tierra, conserva en gran medida una arquitectura del siglo XIX y de las épocas en que Cádiz era la base de acceso al mundo colonial español, que se guiaba por su meridiano. Por eso su imagen urbana tiene similitudes con las de las ciudades de América Latina, y en ocasiones ha servido de escenario sustitutivo de La Habana en películas. Al sur de las antiguas murallas hay un ensanche menos logrado que el de otras ciudades, pero con un claro eje lineal forzado por el terreno, y una gran densidad edificatoria.
El cambio climático y la elevación del nivel del mar pueden tener un impacto relevante sobre una ciudad como esta, con muy poca altura sobre el nivel actual de las aguas. Por otra parte, su obligatoria configuración lineal es un factor positivo para el transporte urbano sostenible.