
Mis abuelos paternos nunca pudieron hablar con los maternos, porque ninguno hablaba el idioma del otro. He llegado a estar en comidas familiares en las que incluso había un tercer idioma, y no todo el mundo llegaba a entender ni dos de los tres. Pero todos sabían que aunque la persona que estaba enfrente hablara en otro idioma no le estaba faltando al respeto por ello. También sabía que aunque la persona de enfrente pudiera hablar una lengua común, si estaba conversando en ese momento con su mujer/hijo/primo en otro en el que le hablaba todos los días, no le estaba faltando al respeto por ello, sino que sencillamente era una cuestión de costumbre, casi de reflejo. Por eso me resultan tan incomprensibles ciertas actitudes ante el Catalán en otras partes de España y especialmente en Madrid (aunque tampoco veo un criterio racional en ciertas actitudes de una minoría de catalanes).
También en mi familia hay un recuerdo de las guerras europeas del siglo XX; mis abuelos las vivieron en circunstancias a veces dramáticas, y mis padres nacieron justo en medio de las que azotaron a sus respectivos países, y vivieron duras postguerras. Mi madre dice que el primer concepto que asoció a la palabra alemán fue “botas”, por las patrullas nocturnas de ocupación. Pero eso no ha hecho que construyan su identidad sobre la memoria de ese sufrimiento, que es sólo una parte pequeña de su historia.
Digo esto como largo preámbulo, porque a veces la arquitectura tiene sentidos que van más allá de la forma. El otro día visité el Centro Cultural de El Born, un antiguo mercado que estaba destinado a ser una biblioteca. Durante los trabajos de restauración se descubrieron las trazas de la ciudad histórica; el barrio había sido destruido tras la invasión de Barcelona en 1714 durante la Guerra de Sucesión. Esto permitió implantar la ciudadela desde la que los ganadores de la guerra controlaron a la ciudad rebelde, liberando en su entorno una zona de protección. El centro cultural, dentro del mercado rehabilitado, incluye una exposición sobre la época y el asedio montada con profusión de medios (aunque con algunas afirmaciones que me temo están lejos de crear el consenso).
Imaginar lo que fue Guerra de Sucesión por la corona española hoy es difícil. No soy historiador, así que aceptaré cualquier corrección, pero por lo que he leído sería algo así en nuestros días como si Romney no hubiera aceptado la victoria de Obama y hubiera una guerra civil en la que cada uno de los dos bandos tuviera de su parte no sólo a una parte de los Estados, sino una parte de sus bases y posesiones exteriores; y el apoyo de una gran potencia extranjera (China, Rusia…) buscando repartirse el botín del imperio más grande del mundo. La guerra creo un caos en gran parte del mundo conocido, y lo que le tocó a Barcelona en este baile fue el dudoso honor de ser el último foco de resistencia visible (con permiso de Cardona) del bando perdedor.
Pero la Guerra de Sucesión no tuvo como objetivo destruir Barcelona, al igual que no lo tuvieron sucesivas guerras que por desgracia afligieron a la ciudad; Barcelona sufrió durante la guerra civil de 1936-1939, pero Madrid fue durante ese periodo una ciudad partida por el frente. Por eso me resulta difícil entender porque hay un movimiento (que no es desdeñable en número) que quiere darle tanto protagonismo a este hecho de hace 3 siglos en una identidad catalana que creo que es mucho más interesante en otros aspectos. Entiendo que para algunos supone la asimilación a un régimen administrativo unitario bajo los Borbones, pero si hay algo que han demostrado los catalanes en estos tres siglos es que un régimen uniforme no produce resultados homogéneos y que se puede encontrar una vía para ser diferente en un sentido positivo.
No olvidemos lo que era el objeto de este artículo: el mercado ha quedado restaurado de una manera bastante digna, y vale la pena visitarlo. 

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