Barcelona es el clásico ejemplo de ciudad de la que se dice que “ha vivido de espaldas al mar”. En realidad, lo que ha ocurrido es, como casi siempre, que en el esquema mental de sus habitantes el mar era un lugar marginal respecto a otros espacios más apreciados.
El casco antiguo de Barcelona se ve limitado hacia el Sur por la montaña de Montjuic, que llega hasta la ribera; el crecimiento del puerto se ha producido históricamente en esta dirección, y la expansión urbana no hubiera sido posible por las altas pendientes. Sin embargo, hacia el Norte la costa es llana, sin grandes obstáculos hasta el cauce del Besós.

Las playas al norte de Barcelona en 1947 (http://cartotecadigital.icc.cat/cdm/compoundobject/collection/fotoplanols/id/1851)
Cuando en 1859 Cerdá proyecta su ensanche cubriendo el llano que rodea por el Norte y el Oeste a la ciudad vieja, la zona marítima norte se integra en el proyecto. El ensanche tarda unos 100 años en llenarse, pero lo hace de forma muy desigual: mientras que su trama es relativamente respetada (aunque sumamente densificada) en la zona más cercana al casco histórico, en la parte norte se ve alterada y tiene además un carácter más industrial que residencial. Aunque las grandes bases de la retícula también se aprecian en esa dirección, las continuidades se pierden, la plaza de las Glorias no llega a configurarse como un centro cívico relevante y las playas son meros lugares marginales.
Dos factores transforman la situación: la celebración de los juegos olímpicos de 1992, que establecen el puerto olímpico y la villa olímpica en esta zona (aprovechando una visión de conjunto de la ciudad previa), y la apertura del tramo de la diagonal que alcanza el mar junto a la desembocadura del Besós, dinamizada por el Forum 2004.
Estas ocasiones permiten formalizar una cadena de playas apoyadas por espacios libres de gran calidad de urbanización; este paquete de espacios públicos está separado del nuevo tejido urbano por la ronda litoral, una autopista situada en un nivel más bajo que las calles, y con una razonable permeabilidad peatonal.
El tratamiento del borde marítimo supone la gentrificación del ámbito.