Grandes áreas metropolitanas

Las grandes áreas metropolitanas suponen la mayor complejidad que alcanza el fenómeno urbano. Cuando estas ciudades ostentan además la capitalidad política y/o económica de un país, sus funciones son aún más complejas.

La concentración de infraestructuras viarias configura la capa actual más estructurante de la futura configuración de los espacios públicos y de la visibilidad cotidiana del paisaje urbano, con independencia de su calidad. Mientras el transporte público suele utilizar en muchos casos sistemas de túneles, las autopistas urbanas generan la cara de la metropolis.

La integración urbana de dichos sistemas viarios puede realizarse con diversos grados de acierto. La recuperación de los muelles del Sena en París en detrimento de la circulación rodada parecen una solución simple; recuperar el Manzanares en Madrid a base de enterrar el tráfico de la M30 supone un coste muy considerable, pero ha generado un espacio público de calidad de éxito popular indudable. Las propuestas del sistema de autopistas marítimas de Mumbai son, por su parte, similares en concepto a la creación de la autovía M30 en Madrid hace 50 años: derivar el problema infraestructural a un dominio público, resolviendo flujos con una fuerte afección ambiental y paisajística.

La calidad urbana de estos espacios viene marcada también por su capacidad de integrar espacios libres y elementos paisajísticos: ríos, grandes parques, litorales, playas… la coexistencia de diversos usos en aquellos elementos que son por definición un canal natural de tránsito es una de las principales cuestiones

La jerarquía entre las diferentes partes de la ciudad se plantea también como una cuestión relevante en las grandes metrópolis. El territorio nunca es isótropo, y aunque la teoría urbanística siempre busque modelos policéntricos, que pueden llegar a funcionar, lo más común es que exista un centro con un peso sobresaliente. La experiencia de muchas ciudades americanas, donde dicho centro se ha ido vaciando de funciones por el crecimiento de las periferias, muestra que la calidad urbana puede resentirse si el centro no resiste. En general, los centros históricos, que hace 100 años eran la mayoría de la ciudad, hoy representan solo una pequeña parte de su población y una proporción decreciente de la actividad, pero siguen jugando un fuerte papel simbólico.

Los cambios del centro, aun cuando este mantenga una fortaleza relevante, pueden afectar a su población de forma negativa. El carácter simbólico del centro puede llevar a aumentar la carga de grandes equipamientos o grandes sedes corporativas, muchas veces en detrimento de los equipamientos y servicios de carácter local para los residentes de la zona, que pueden ver ventajas en mudarse a la periferia.

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