El Palacio de los Dogos de Venecia es una de las sedes de poder más impresionantes que he visitado. La presencia sobre la bahía, mostrándose claramente ante el visitante, es notable; no es de una belleza impresionante desde la distancia, pero se inscribe en una fachada urbana que si lo es.
Lo más interesante es lo que no se ve desde el exterior (o mejor dicho, se ve pero no se entiende). El Palacio alberga las salas de los diferentes consejos que regían la República, algunas de las cuales tenían aforos importantes. La decisión estructuralmente más lógica hubiera sido ubicarlas en la planta baja, darles una cubierta más o menos majestuosa en el centro del patio, y disponer otras dependencias alrededor que por tamaño y cargas se integraran mejor en una estructura de muros de carga. Pero en este caso, las salas de consejo se ubican en el nivel más alto. Eso explica que el edificio tenga una apariencia más liviana en las dos primeras plantas, contribuyendo a la calidad espacial de la plaza de San Marcos y el frente edificado hacia el Gran Canal (aunque tras las columnatas luego haya sólidos muros), que en la última, que corresponde a las grandes salas. En los espacios entre estas salas existen unos gigantescos mapas del mundo que muestran la visión de si misma que tenía la República navegante.
El edificio entero es una superposición de estilos y formas de decorar y organizar una arquitectura, con variaciones sorprendentes al pasar una esquina, pero siempre partiendo de ese requisito de acceso ceremonioso de una gran cantidad de consejeros al nivel más alto, y contando como compañera de patio con la Catedral de San Marcos.