Las fortalezas se prestan muchas veces a una visión romántica: paisajes pintorescos, con una presencia integrada en el paisaje gracias a una vegetación crecida con los años… una vez que resultan obsoletas. Por ello no siempre es fácil entender su contexto y el impacto de su construcción sobre la vida de la gente corriente; el caso de Saint Nazaire es ilustrativo.
Ciudad media francesa que empezó su crecimiento con la industrialización en el siglo XIX, cuando Francia cae en 1940 es ya un puerto importante en la fachada atlántica del país. La ocupación alemana y la extensión de la guerra al tráfico marítimo lleva a la designación como puerto de base para la flota de submarinos. Esta condición también se da en otros puertos, de Brest a Burdeos, pero en el caso de Saint Nazaire, al encontrarse el puerto configurado como dársena con exclusas para facilitar las operaciones en momentos de fuerte marea, la base de submarinos se implanta junto al centro de la ciudad. Esto hace que esta pierda la relación con el mar, al aparecer un gigantesco bunker, acompañado de otro más pequeño cubriendo una exclusa especial para submarinos.
Los bombardeos aliados contra la base tienen un impacto limitado sobre esta, pero devastador sobre el centro urbano; al finalizar la guerra la base es de los últimos focos de resistencia alemana, pero la ciudad ha desaparecido convirtiéndose en un campo de ruinas.
Tras la guerra, la base es utilizada por la marina francesa, pero deja de utilizarse y acoge algunos usos industriales. Se estudia su destrucción, pero se estima que el coste sería desorbitado. La ciudad se reconstruye a su alrededor, pero el centro sigue siendo un espacio perdido.
Llegados a la década de 1990 se lanza una operación de transformación con un plan del urbanista barcelonés Manuel de Sola Morales, entre otros. Se diseña una super manzana con usos mixtos (incluyendo el centro comercial abierto “ruban bleu”), emplazada de tal manera que por la diferencia de niveles la base tiene una presencia limitada como barrera visual. Pero el mar y el agua no se ven… No se si la base seguirá ahí dentro de cien años, pero quizás entonces alguien le haya encontrado un papel para ella…
En todo caso, no me gustaría que nadie pensara que la ciudad carece de interés si a uno no le gustan los bunkers; la parte costera tiene uno de los mejores paseos marítimos de Francia (Jacques Tati rodó en una de las playas “Las vacaciones del Señor Hulot”), y el paisaje del estuario del Loira es muy interesante.